viernes, 19 de junio de 2009

En la primera letra y vocal reside el secreto del poder de la Religión

AAAAA
En la primera letra y vocal reside el
secreto del poder de la Religión.








El Faraón Akh-en-Âten lo supo, Moisés lo recalcó, y ahora Freud y Osman terminaron de analizarlo todo a fondo. Muy fino.


“El fondo histórico de los sucesos que han cautivado nuestro interés es, por tanto, el siguiente: Las conquistas de la dinastía XVIII han hecho de Egipto un imperio mundial. El nuevo imperialismo se refleja en el desarrollo de las nociones religiosas, si no en las de todo el pueblo, al menos en las de su capa dominante e intelectualmente activa. Bajo la influencia que ejercen los sacerdotes del dios solar On (Heliópolis), reforzada quizá por incitaciones asiáticas, surge la idea de un dios universal, Aton, que ya no está restringido a determinado pueblo o país. Con el joven Amenhotep IV (que más tarde adoptará el nombre de Ikhnaton), llega al trono un faraón cuyo supremo interés es el de propagar esta idea teológica. Instituye la religión de Aton como doctrina de Estado, y por su intermedio el dios universal se convierte en el Dios Único; todo lo que se cuenta de otros dioses es falacia y mentira. Con grandiosa implacabilidad resiste a todas las tentaciones del pensamiento mágico y rechaza la ilusión de una vida ultraterrena, tan cara precisamente a los egipcios. Con singular premonición de conocimientos científicos ulteriores, ve la fuente de toda la vida terrenal en la energía de las radiaciones solares, y adora al sol como símbolo del poderío de su dios. Se precia de su alegría por la creación y por su vida en Maât (Verdad y Justicia).

“He aquí el primero y quizá el más genuino ejemplo de una religión monoteísta en la historia de la Humanidad. El conocimiento más profundo de las condiciones históricas y psicológicas que determinaron su origen tendrían inapreciable valor; pero el desarrollo histórico se encargó de que no llegaran hasta nosotros mayores noticias sobre la religión de Aton. Ya bajo los débiles sucesores de Ikhaton se derrumbó cuanto éste había creado. La venganza de las castas sacerdotales que había oprimido se descargó sobre su memoria; la religión de Aton fue abolida; la ciudad residencial del faraón condenado por hereje fue arrasada y saqueada…La reforma de Ikhaton parecía ser un episodio destinado al olvido.”


Moisés y la religión monoteísta: tres ensayos, Sigmund Freud, Págs. 31-32, Librodot.com.


El Faraón Akhenâten adorando a IAOUE, el Ser Supremo en Rê-Âtén, fuente de vida y bien. Composición del Autor. Caracas. 2001.

Antes que mis lectores se zambullan en el océano cultural que les voy a presentar (que posiblemente los horrorizará) pues los va a sacar de sus casillas, como lo hicieron Sigmund Freud, Ahmed Osman, Wilhelm Reich y centurias antes los gnósticos místicos, cuando se enfrentaron a los dogmáticos Padres de la Iglesia, recomiendo que tengan presente lo dos ítems que siguen: información y conocimiento no son la misma cosa aunque sean dos caras de una misma moneda y ambas tengan su valor. Información es como conocer de memoria o instintivamente las señales de tráfico y conocimiento es saber qué puede ocurrir de transgredirse una señal de tráfico y cómo sacarle partida al vehículo que nos lleva de un lado a otro, cómo cuidarlo, apreciarlo y mantenerlo. Cualquiera puede estar informado, basta con aprender ciertos parámetros y memorizarlos. Pero el conocimiento es otra cosa por completo; puede conllevar a la sabiduría, la experticia, la superación, la madurez, el sosiego, la serenidad y la felicidad. No basta con leer un buen manual una vez u oir una canción en la radio una vez. Hoy día se cree equivocadamente que basta con informarse y saberse algunas reglas, recetas y puntos básicos para imaginar que ya lo sabemos todo, de la pe a la pa, que los caminos se abrirán de inmediato, que todo está arreglado y finiquitado. Craso error, porque el aprendizaje es eterno, los desafíos son constantes y la información jamás será suficiente. Siempre habrá una olla que llenar, una mata que regar, un dulce que probar, un animalito que acariciar, un maestro o una maestra que escuchar, un tiro que arreglar.

Segundo, no basta con leer un buen libro una vez solamente. Las buenas lecturas se repiten. Los párrafos, las frases y las palabras hay que analizarlas, estudiarlas conscienzudamente, dejarlas solas un rato y luego volver a olerlas y tocarlas para visitarlas y conocerlas en profundidad, en su intimidad, especialmente si se trata de un libro profundo de un autor que nos llamó la atención, con pensamientos fuera de lo común, porque una idea, un concepto, un hecho, una descripción, tiene siempre aspectos y ángulos que deben ser examinados con atención y no siempre podemos tener las neuronas funcionando a las mil maravillas, no siempre llegamos al corazón, al ser, al meollo, al templo secreto y refulgente. Toma tiempo. Por eso, tomen su tiempo, lean dos o tres veces el mismo libro, el mismo extracto, el mismo poema, la misma página, si es necesaria y hace bien, la misma explicación, para que su esencia, mensaje, perfume, son y color lleguen hasta vuestro interior y cerebro y toquen vuestro campanario por dentro, vuestro paisaje quizá feérico, mágico, brioso o salvaje, y para que ustedes puedan oir repicar estas campanas que los despiertan y vuelven más atentos y receptivos. De esta manera, la labor que tanto le costó al escritor la van a apreciar y agradecer más y mejor, porque los escritores, los buenos, y me acuerdo de Henry Miller y de Honoré de Balzac, corregían sus escritos tantas veces como era necesario hasta que las páginas a su juicio brillaran, resaltaran, parecieran cuerdas, coherentes y perfectas a todas luces y sombras. Creánme: escribir bien requiere muchísima atención, concentración y humildad, conocimiento de causa y efectos a larga distancia, leer y estudiar diccionarios y enciclopedias, textos de ortografía y gramática, estudiar las lenguas muertas además de las vivas, y por supuesto fijarse en los clásicos, los románticos y los futuristas, interesarse en y por todo, sin excluir nada, porque todo sirve, interesa, importa, vale, hasta los errores de imprenta, cualquier elemento es clave y puede disparar una idea, una imagen nueva. No sabemos a ciencia cierta si lo que nos parece una incongruencia nos ayude a prender un bombillo en nuestra central eléctrica personal ya que todo se comunica con todo en esta dimensión y en las otras. Nuestra existencia se hizo de tal manera para que sepamos esto, aprendamos, progresemos y mejoremos espiritual, psíquica, emocional, corporal y eróticamente, De este modo, ejercitaremos nuestra mente y sentidos para mantenernos vivos y chispeantes todo el tiempo que sea necesario. Estar alerta, despierto y despierta, es un sine qua non. Lean, es un placer, una necesidad.

Nuestra civilización se salvará si regresa, o más bien, si regresamos como un colectivo, cual sociedad evolucionada, civilizada y auténtica, al culto solar, al culto de la «energía de las radiaciones solares», como apuntó y describió tan bien Sigmund Freud en su última y extraordinaria obra, con argumentos sutiles, muy valiente e inteligentemente presentados, escrita y publicada no mucho antes de fallecer en Londres, en 1939, a poco de comenzar la Segunda Guerra Mundial por parte de una potencia totalitaria que quiso gobernar la Tierra y se llevó por delante con infinita crueldad a 6 millones de sus hermanos judíos: me refiero a Moisés y la religión monoteísta: Tres Ensayos, que recién leí en la internet aunque a toda carrera. Ya antes, por medio del penetrante historiador y erudito egipcio, Ahmed Osman, y otros autores, había sabido del libro que Freud, uno de mis maestros en la adolescencia, publicó contra viento y marea en una edición en inglés, contrariando muchas opiniones ortodoxas judías que trataron de influir para que su obra aún polémica hoy día no saliera a la luz. Para Freud Moisés no fue judío sino egipcio de cuna (aunque también es cierto que su abuelo materno, el célebre José de la Biblia, era un auténtico hebreo que llegó a Egipto en calidad de esclavo). El destino de innumerables grandes hombres y mujeres que se destacan parece repetirse: no son borregos. Gracias a Dios y a Âtén (y no a Amûn o Amén), que unos llaman y escriben Aton u Atón, en español y griego, y Aten o The Aten, en inglés y egipcio antiguo, Sigmund Freud siguió los dictados de su conciencia intuitiva e imaginativa. Todos estos nombres de la Divinidad, filológica, lingüística, fonética y semánticamente hablando, provienen de la ancestral deidad semítica Âdôn, que a mi juicio debiera llevarse hasta el nivel protosemítico, más o menos contemporáneo del protoindoeuropeo y el akkadio, hijo del sumerio, ambos antepasados culturales del religioso pueblo hebreo. Luego, con el paso de los años, después del patriarca Abram-Abrahán, los judíos decidieron ampliar el nombre original Âdôn añadiéndole el sufijo ai, y llamándolo Adonai, es decir, “Mi Señor” (el extraño personaje que me habla con señas o símbolos, se comunica conmigo con las manos), posiblemente a raíz de su contacto con los más civilizados y científicos egipcios, magrebíes y fenicios. Cuando los hebreos, exhortados por Akhenâten-Moisés, radicalizaron aún más su culto del Dios Invisible y prohibieron nombrarlo y representarlo porque era absurdo hacerlo, el nombre Adonai sirvió de puente. Así fue cómo la ancestral tradición atlante solilunar-andrógina-numérica-simbólica-absoluta-gráfica-vibratoria, traída de culturas antediluvianas entrelazadas, no se torció y permaneció más o menos pura y se hizo fundamental, substancial y telúrica. Esto es muy importante por cuanto así las naciones y los pueblos pueden conservar sus historia, su sangre, su origen toponímico, sus capas atmosféricas, su conexión con el Cielo.

Las palabras Adón, Adán, ADN y Apis (con el acento puesto en español que a su vez sigue la vocalización antigua de las lenguas árabes y semíticas) tienen el mismo origen, proceden de la misma fuente-raíz-sonido-noción-ion-impulso. Todas comienzan por la letra A, que corresponde al signo inicial o ancestral dl Zodíaco y la Eclíptica, la constelación TAURUS, sede de LAS PLÉYADES y LAS HÍADES y las estrellas Aldebarán, Rigel, Bellatrix, betelgeuse, etc. Todas cuatro las vincula el color ROJO y los elementos fundamentales del cuerpo humano y la vida: la SANGRE y el HIERRO. Hoy sabemos cuán fundamentales son para descubrir y señalar la identidad de una persona a nivel biofísico, bioquímico como astral. ¿Hay alguna duda de que el SOL, NUESTRO SEÑOR, no es en resumen y en esencia QUIEN REGULA NUESTRA VIDA? ¡Qué son los CICLOS DEL SOL, sus TORMENTAS y MANCHAS, sino una de las maneras cómo EL SEÑOR se contacta, relaciona, interactúa y fusiona con nosotros y nosotras? ¿No eran las manos que sostenían llaves florales y venusinas de vida –fértiles ANKHS- unas ANTENAS o KACHOS que Akhenâten y Nefertiti, los reales esposos amarnianos, dispusieron para que sus escultores los figuraran como rayos que emanan del disco solar, el ÂTÉN? ¿Por qué no ligar esta explicación con la atávica diosa PALAS ATENEA? Nuestro SOL y su sistema giran alrededor de las PLÉYADES. Por eso, una de las 4 Estrellas Reales es AL’ DABARAN (en árabe), QUIEN SIGUE a las PLÉYADES, LAS 7 CABRILLAS NATATORIAS. TAURO es clave a nivel de cultura y civilización, en Astronomía, Astrología, Cosmobiología y Mitología, al igual que ORIÓN, el CAN MAYOR y la OSA MAYOR, pues el Zodíaco comienza a 00º00’00” de TAURO. Estas 4 zonas del cielo, junto con SCORPIUS, BOÖTES, COMA BERENICES-VIRGO, HÉRCULES, CYGNUS, LYRA, LEO, DRACO, están muy ligadas a nuestro proceso evolutivo; pero este conocimiento místico-religioso y psicoanalítico no forma parte del Derecho Real de los gobiernos en nuestro mundo, demasiado profanos, peligrosos y desquiciados por tanta criminalidad, materialismo, conflicto, irreflexión y pérdida de memoria cósmica y tradición lineal. A esto habrá que añadir el grave problema ecológico y geofísico que pronto indispondrá a tantos de nuestros gobiernos, sus economías y aparato sociocultural.

Sigmund Freud en 1926, en Viena, su ciudad natal. ¡Todo un toro!
Foto inolvidable de Ferdinand Schmutzer. El padre del psicoanálisis nació en 1856 y murió en 1939.


El gran psicoanalista siguió adelante con sus ideas iconoclastas y revolucionarias. No me extrañaría saber un día que en una encarnación pasada Sigmund Freud vivió en la época de Akhenâten-Moisés, poco después o poco antes, y fue un alto sacerdote heliopolitano o amarniano. Al menos nos dejó una opinión que yo personalmente valoro y agradezco porque efectivamente dio en el clavo en varios aspectos aunque no en la cronología de la dinastía XVIII, rectificada por Osman; pero también, para ser justo, es cierto que existe una gran disparidad en las fechas establecidas por arqueólogos y antropólogos que discrepan en sus estimaciones. En el caso de Akhenâten hay que reconocer que en verdad fue un visionario, un fanático inspirado, que se rebeló contra el status-quo y se adelantó bastante a su tiempo en el plano ideológico, religioso y científico, como en el tratamiento realista y lírico de la estética, la decoración y la arquitectura que impregnó y humanizó su época y la sacó de la monotonía y la estatización. Y, si al profeta egipcio-hebreo lo mataron (su abuelo materno fue Yuya-José, el mismo hijo pródigo de Jacob-Israel, visir de dos faraones, Tutmosis IV y Amenhotep III, eso no me extrañaría en absoluto porque el faraón tuvo que sacrificarse para que sus ideas florecieran. Igual pasó después con Jesús-Josué. Quienes han leído la Biblia entre líneas ven su trágica muerte o asesinato preanunciada en los hechos turbulentos de su época egipcia como príncipe negreado por sus genes parcialmente judíos y luego cual faraón rebelde, franco, impúdico, extremista, insolente e iconoclasta. Nada debe extrañar ni sorprender: a menudo un reformador, inventor o genio, tarde o temprano genera resquemor, aversión, desprecio, envidia, sed de venganza, rabia y odio, incluso desde pequeño, como fue el caso de Akhenâten, nacido en 1395 antes de Cristo, que cambió su nombre para desmarcarse y serle fiel a lo que aprendió de los sacerdotes de On (Heliópolis) muy ligados con su madre y abuelo materno. Y pareciera que solamente viviendo, acabando y posteriormente resucitando de entre los muertos en vida podría la Humanidad alcanzarlo, comprenderlo y ultimadamente agradecerle su visión y amarlo, no sólo a él, a título personal, sino a otros y otras, como ha ocurrido en innumerables casos similares. Por eso, no se puede ser tan blando, laxo y suave como quisiera uno y resistir y ser valiente es tan importante como persistir, ser tenaz, perseverante y constante, paciente y resistente. A veces la muerte, el sacrificio, el desprendimiento, el desapego, el perder la partida son necesarios, hasta obligatorios, tienen su cociente de sabiduría y justicia, para que la semilla Triple AAA se hunda en la tierra, reciba el amor y la fuerza de Koré-Proserpina, pase al olvido por un período, legal y santificado, y luego, más adelante, con otras condiciones y ambientes, resurja, reviva, cual loto o nenúfar azul, fructifique y multiplique, y las nuevas generaciones, frescas y descontaminadas, conozcan con más objetividad y altruismo el sentido mensaje que recibió del Cielo y difundió contra viento y marea el Innovador, el Mensajero, el Ungido, que al fin y al cabo, no es sino el Servidor, un Kachifo Solar más.

Otra cosa. Resulta tragicómico, hasta irónico, desconcertante y sorprendente que precisamente hoy, tras el descubrimiento en 1922 de la tumba de Tutankhamûn por Howard Carter, la época pre-amarniana, amarniana y post-amarniana se haya convertido en casi la más famosa, más reseñada, más escenificada y fantaseada y seguramente la más polémica, discutida y original de todas las dinastías egipcias a tal extremo que la tumba del niño-faraón Tutankhamen es la más completa, intacta, lujosa y preciosa de cuantas han descubierto en el Valle de los Reyes y de las Reinas. ¡Por algo será! ¡Por algo el sepulcro y la notoriedad de este adolescente, que apenas reinó 9 años y murió prematuramente a los 19 años (edad solar, por cierto), eclipsó las de Ramsés II, Tutmosis III, Amenhotep III, Seti I, y otras celebridades que vivieron mucho más que él y nos legaron sin duda obras imponentes y espectaculares. ¡Qué no hubo al final de esta dinastía XVIII que tanto revuelo causó y sigue causando y cuyos efectos no se pueden atribuir solamente al factor suerte, accidente o capricho baladí, sino a la inescrutable y justa Rueda del Destino! ¡Qué despelote! Durante 3.000 y tantos años se ignoró, ocultó y borró con premeditación y alevosía, a como diera lugar, la corta, revolucionaria y última fase de la dinastía XVIII (que va del místico Amenofis IV, Amenhotep IV o Akhenâten al guerrero Horemheb, o sea, de 1378-1335 antes de Cristo, cuando Akhenâten, tras su boda con su media hermana, la exquisita Nefertiti, co-reinó con su padre y luego reinó solo durante 17 años en total, de 1378 a 1361, seguido por su hijo Tutankhamûn que reinó de 1361-1352, seguido de Ay o Efraín, su tío materno, hijo de Yuya-José, que reinó 4 años de 1352-1348, y posteriormente del vil y desgraciado de Horemheb que reinó 13 años, entre 1333-1304, y se ensañó, aupado por el infame nigromante sacerdocio amunita, con todo lo que creyeron e hicieron los amarnianos, desprestigiándolos y execrándolos de la memoria sacra egipcia, azotando a los israelitas y provocando las condiciones para el terrible Éxodo hacia el Sinaí, que liquidó esta gloriosa dinastía fundada por Ahmosis I, la cual vio la gloria de la faraona Hatshepsut y su amado Senenmut, el gran arquitecto iniciado en la lectura de las estrellas (en una vida pasada Senenmut fue Imhotep, otro gran Iniciado, y muchos siglos después San Joaquín, padre de María, madre de Jesús, y posteriormente el informado, sabio Leonardo da Vinci). Horemheb no tuvo descendientes. Tras él vino Ramsés I, un compañero de armas, y la dinastía XIX. Le siguió su hijo Seti I, otro militar. Durante el gobierno de éstos dos ocurrió el Éxodo. Sin poder llegar a la Tierra Prometida murió trágicamente, defendiéndose, el viejo guerrero Moses, Moshé (en hebreo), Mosis (en castellano), Musa (en árabe), el destronado Akhenâten, a manos del implacable y vengativo Seti I (1333-1304) que no le perdonaba la muerte desastrosa de su padre persiguiéndolo en su huída de Egipto al frente de su grey victimizada. Ahora la misión solar debe concluir, pero la Tierra Prometida ya no es más Palestina-Israel sino la verde aguada Guayana, el lar de Uruanna-Orión.

Todo estos sucesos, la implantación obligada del culto solar al nivel más abstracto, puro, directo, en el Aquí y el Ahora, que hoy nos suena mucho más familiar, primero porque comenzando por el siglo XIX y el siglo XX nacieron y surgieron una gran cantidad de espíritus y almas grandes, luminosas y muy avanzadas, que tiraron al suelo una pila de estereotipos que han tenido aprisionada a la Humanidad durante demasiados milenios. Cuando se lee retrospectivamente lo que se hizo allá en Egipto e Israel es para coger palco porque a pesar del fracaso aparente en pocas décadas se alteró para siempre hasta nuestros días el curso de la civilización y yo diría que de la Humanidad entera. Esto no es poca cosa. Y, no solamente eso, sino que el culto solar, puro, directo, nutritivo, reciclado, ecológico, fraternal, que heredaron tanto precolombinos como africanos, europeos y orientales medios, a través del legado quetzalcoátlico a nivel planetario que por poco logra consolidar y hacer que cuaje profundamente el culto y uso de la energía solar-astral y vibracional miles de años atrás (cuando se erigieron pirámides truncadas, escalonadas y rectas en distintas partes del mundo antes y después del hundimiento de Atlantis y Lemuria), sentó las bases de una nueva cultura global que hoy sabemos nos está conduciendo a una amalgama y fusión de ideologías, creencias y doctrinas, una sincronización, simbiosis, síntesis y sinergia que le está dando la razón a ese gran genio del sol que fue Akhenâten, así como a su bella compañera Nefertiti, pero también a todos y todas que los acompañaron y siguieron, y a los grandes sacerdotes y sacerdotisas de Heliópolis y otros centros mistéricos, como Abydos, Giza, Sais, Denderá, Éfeso, Biblos, Persépolis, y otras partes del mundo, fundados antes y después de Akhêt-âtén o Tell el-Amarna, en pleno desierto, bordeando el río Nilo considerado una Vía Láctea de santuarios y cámaras secretas de iniciación. En suma, la lucha es la misma de siempre, hasta que las masas despierten, los ignorantes, los feroces y los destructores se curen sus insanas ideas y torcidos sentimientos, y aprendamos a vivir en paz, estudiando y ayudando a la Naturaleza en su misión diaria.

Quizás sea necesario o al menos comprensible que los profetas o genios uranianos o uránicos, como Osiris, Thot, Akhenâten, Moisés, Juan Bautista, Jesucristo, Manes, al-Hallâj, Bruno, Cagliostro, Tesla, etc, y tantos surrealistas y dadaístas renegados y olvidados, se les considere perdedores, fracasos, locos de atar, desadaptados, irresponsables, díscolos, parásitos, ovejas negras, y cuanta barbaridad, vileza y calificativo sarcástico se les endilgue en vida, ataque y persiga cuanto sea posible para que al final se cansen por tanta lucha y mueran sin ver sus ideas y sueños tomados en cuenta y realizados. ¡Cuánto ha debido esperar Gurú Rinpoché! Sin embargo, la vida y el orbe dan muchas vueltas y es más que probable que cuando un fogonazo o resplandor deslumbra y resalta es necesario que pase un intervalo o espacio en la escala cromática y musical para que la longitud de la onda, que fue tan inusual, sea recibida, asimilada, degustada y no escupida, vomitada y pisoteada. Ni siquiera la fama puede ocultar los saltos cuánticos y volverlos asequibles al grueso de la sociedad en un santiamén que por re o fa, miedo y prejuicios, es floja, lerda, miedosa, y no siente necesariamente lo que un Beethoven oía incluso cuando se le creía sordo o lo que un Renoir veía cuando parecía que estaba casi ciego o lo que un van Gogh captaba cuando parecía que estaba más loco que una cabra. Pero, claro, siempre cabe un milagro o prodigio, un deus ex machina, un meneo de Chaitanya Mahâprabhu, para que súbitamente se prenda una vela, otras más en cascada, hasta alumbrar miles de kilómetros alrededor.

El genio, el del pensamiento relámpago adelantado a su tiempo, debe ser fuerte, espigado, recio, íntegro, puro, imaginativo, místico, resistente: no importa si los demás no lo entienden, basta que Dios que lo oye y ve todo lo tome en cuenta en sus brazos, lo abrace y bese dulcemente, le dé la fortaleza interna para seguir creando y dando todo lo que yace en su interior pues quien crea está al servicio de la Luz del Universo. ¡Radiante comunicación inalámbrica a lo Nikola Tesla, remember! Sólo eso vale. Además sirve para comerse una arepa con queso de mano, caraotas negras, aguacate y ají andino. ¡Acaso saben muchos que el inventor de la televisón terminó en la calle y el gran Rembrandt pasó por indigente antes de morir! ¡Hoy día son miles de millones los que ven la televisión de día y de noche y el pintor holándés acapara la atención de miles de turistas en muchos museos! Así que no hay mal que por bien no venga y a la final, tras tantos pleitos y discusiones, somos las manos extendidas del dios del Sol que desde la Eternidad, de sol en sol, nos irradia, prende, calienta y motoriza infatigablemente. ¡Gracias por ser informados en sus rutas al conocimiento cósmico! Vale. Cambio y fuera.

Caracas, a pocas horas del día de San Juan, tocando tambor y prendiendo una alegre fogata, para que el Sol abra los 144 caminos.

Ahmed Osman. Egiptólogo, historiador, investigador, sabio, conferencista, autor de varios libros polémicos y brillantes. ¡Gracias!
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