lunes, 13 de diciembre de 2010

Más sobre el odio y su patología y la demencia

Si odias, te hundes; y si te hundes, desapareces. Más vale que luches por tu supervivencia y preserves tu cabeza que después de todo te permite ser, vivir, enmendarte, si hace falta, y progresar, porque de ti es el Reino de los Cielos y no los abismos sulfurosos.


No hay peor cosa que el desorden mental. El desorden emocional, sentimental, sanguíneo y fisiológico, cualquier desarreglo cerebral, neural y general es una tragedia. La demencia, producto de la falta de coordinación y armonía nos ha perseguido desde la Prehistoria y quienes la sufren, aunque sea por poco tiempo, se ponen miserables. Sus sufrimientos y padecimientos son dignos de conmiseración. Atribuyo parte del desorden mental y espiritual a los terribles cataclismos, desastres y tragedias, a las plagas y desórdenes sociales que han asolado y viciado a nuestra Humanidad a lo largo de las Edades. Por eso, he insistido tanto en el saneamiento y el orden a nivel atmosférico, natural y moral, para que nos podamos librar de semejantes caos ante los cuales nuestra pobre Humanidad se siente tan atribulada y desorientada, sin poder defenderse, pusilánime, diría yo. Cuando el desorden llega al inconsciente de la Tierra es poco lo que se puede hacer. Sólo religionándonos podremos superar desafíos y peligros.

El odio es lo que más se acerca a la muerte del Yo, a la agonía y la extinción de todas nuestras células, moléculas, neuronas, átomos y sistemas varios, al fin de nuestra existencia como entes y entidades e individuos de número y valía diversa. Nunca entenderé cómo es posible que una persona pueda y se deje atacar por un sentimiento tan monstruoso como el odio y sus dantescos parentescos: el rencor, el aborrecimiento, el encono, la inquina y la gama completa de repulsión, desdén y ausencia total de conmiseración, cariño, bonhomía, sutileza, tacto y diplomacia. Creo que tanto el odio como el amor son los factores y agentes fundamentales de la vida en los seres humanos en este planeta así como en el resto de millones y millones de cuerpos celestes regados por el cielo en una u otra dimensión. Pero así como el amor tiende a sumar y agregar o resucitar el odio sirve el propósito contrario: tiende a restar, dividir y finalmente matar y por ende representa puesta, descenso, fin, desaparición y anulación o eclipse. Desde que las fuerzas magnas de la Naturaleza nos dieron la vida en un instante dado de sus eternas circumvalaciones y nos convirtieron en seres espirituales, pensantes, sintientes, emotivos y motores la tendencia ha sido ir de un lado y extremo a otro del espectro en un mar de contradicciones y oscilaciones hasta que podamos y logremos superar infinitas tensiones, presiones e inclinaciones que pueden tornar nuestra existencia en una especie de guerra fratricida terrible y horrenda, elemental y dinámica, que copia y refleja todas las manifestaciones por las que pasa la materia y la energía a todos los niveles. Por eso somos hijos e hijas de huracanes, ciclones, tifones, brisas, erupciones volcánicas, cuásares y púlsares, supercúmulos y planetas, sin darnos cuenta muchas veces que todo lo que puede acontecer fuera de nuestro círculo íntimo también surge en nuestro interior puesto que somos parte del polvo interestelar así como del microcósmico, apenas captado por un microscopio electrónico, la punta de un rayo láser, un superconductor o un simple fotón yendo a velocidad tachión de un lado a otro de nuestra sala de estar. Bien decían los puntillistas franceses que el aire es una colección de diversas medidas, tonos y espesuras cargados de iones movidos de fantástica creatividad y hermosura o los cibernautas de ahora que ven cómo la información de millones de años se lee y conoce en cosa de minutos. La Red nos está juntando con unos modos inverosímiles y asombrosos que antes sólo hubieran podido estar en la mente de un Julio Verne o Nikola Tesla. Y quizás podamos sortear algunos precipicios venideros como sería, por ejemplo, la posible electrocutación de la Tierra.


No es posible ver el complejo, laberíntico y barroco entramado de las pasiones y los sentimientos sino con una lupa de médico analista, brujo, biólogo, astrónomo, astrólogo y poeta, porque mientras más nos inclinamos sobre el mundo torcido y variopinto de las pasiones y emociones más descubrimos que los seres humanos no han hecho sino recoger corrientes y fluidos de procedencia cósmica o celeste y que han interpretado a su modo y según su nivel de conciencia, percepción, instrucción y educación. ¿Quiere decir que para amar u odiar hace falta haber sido educado de una cierta manera? Es muy posible. Porque da la impresión, por lo que uno ve por el mundo, que resulta más fácil odiar, aborrecer y sentir desamor, desprecio y censura que amar, tocar una flor, acariciar un animal o perdonar un desagravio. Pareciera que cuesta más adquirir algo nuevo, una virtud, por ejemplo, alcanzar una nueva cima y retrospectiva que sencillamente mandar al cipote o maldecir con saña y premeditación a alguien que te ha lastimado de un modo u otro con palabras o acciones. Por eso resulta tan difícil llegar a buenos acuerdos, a alianzas y convenios, a armonías y octavas mayores, porque la mayoría de nosotros y nosotras estamos permanentemente en guerra con otros y otras o con el Universo en general.


Cuando comencé a escribir en mi adolescencia me di cuenta de inmediato que tenía que quitarme encima toneladas de capas geológicas que me estaban cubriendo y me tenían enterrado a varios kilómetros de la superficie terrestre. Igual a un dragón tuve que reconocer todo el material que me cubría, viajar por el magma, tocar el hierro, nadar hasta el núcleo de la Tierra y visitar cuanta gruta, río, mar y lago interno había en ese mundo espeso y fantasmagórico inundado en una luz espectral que daba piel de gallina. También tuve que enfrentarme a mil y un monstruos horribles parecidos a los que pueblan los mitos y fábulas de pesadillas e insomnios, hasta que al final me liberé y pude ascender a la superficie y coger vuelo. Todo ese mundo negro y espantoso habitaba en mí y yo lo había heredado por vía directa pero también por vía indirecta a través de los demás. Si había nacido así, como parte de un segmento existencial que me vinculaba a este planeta en particular, no podía autoexcluirme. Algo imposible. Debía saber a qué infierno había bajado, dónde había caído y resbalado, en qué tronera volcánica ardía, y si había algo más allá de ese Infierno digno de Bosch y Brueghel. Pronto lo encontré. Pero era necesario bajar al foso primero para hallar luego un coro de ángeles que hasta el día de hoy no me ha abandonado. Hubo que dejar mucho atrás, apartar muchísimo, en medio de una lucha a brazo partido sin perder el aliento y las esperanzas, hasta que la Diosa pudo montarse sobre el dragón o el hipogrifo y cabalgar sobre las nubes que amo tanto y ver de frente los esplendores y resplandores sin fin. Cuando cumplía los últimos tiempos de la adolescencia hallé lo que tanto se me había quitado cuando era muy niño e inocente y era uno con el Monte, el Mundo Vegetal en general y la Brisa porque de esto estoy muy seguro: somos fractales de una constelación en un Árbol de Vida y Luz que no se apagará a menos que nos desenchufemos de Él, lo crucifiquemos y le demos la espalda. ¿Pero será eso posible? ¿Probable? ¿Factible? Sí lo es. Sin embargo, sería tan irreflexivo como demencial quererse quitar sus propias luces, andar a ciegas y a oscuras, del timbo al tambo, como sonámbulos y fantasmas, apuñaleándose sin sentido, sin haber conseguido la salvación y la liberación en el Nirvâna.


Quiero que se entienda esto de veras. Mismo si a una vasta mayoría le pareciera una exageración y le sonara como un exabrupto, algo imposible de alcanzar en colectivo y al unísono, todos y todas tenemos sin excepción una tarea y faena que cumplir, un objetivo principal que concretar y para el que estamos capacitados con tal que nos unamos y seamos solidarios unos con otros y actuemos con fina inteligencia, mucha sabiduría y preparación: ser, saber, o estar en perfecto acorde con nuestro Gran Benefactor y nuestra Gran Benefactora por el bien de la raza ya que estamos en peligro de ver desaparecer dos terceras partes de la Humanidad en cuestión de 100 años. Esto lo sé desde la década de los '60. Puesto que descubrí que me es imposible odiar a muerte a quien sea o lo que sea añadiré que mientras más odio encuentro en los anaqueles, museos, mercados, autopistas, tiendas, bodegas, campos y centros cívicos del mundo más me doy cuenta de que sin amor es y será imposible cambiar las cosas en su esencia, de raíz, beber de las fuentes potables. Hasta el mal puede amarse de ser necesario para que desaparezca y se vuelva un bien agregado porque a fin de cuentas la vida nos pide en última instancia ir más allá de las dicotomías, los opuestos y contrarios, ya que la corona de toda experiencia es experimentar la fusión, la unidad, la cohesión, la copulación y la integración más allá de todas las diferencias que puedan suceder y manifestarse en una fase o ciclo cualquiera. Por eso, amo la música clásica y popular por encima de todo porque ella es sinfónica, espiritual e integral, convierte en sones, ritmos, melodías, compases, acordes y direcciones la Creación Entera y nos permite entender y comprobar que solamente vibrando al unísono con el Cielo seremos dichosos y eso nos va a contentar tanto, nos estimulará y nutrirá tanto, que hasta las palabras resultarán tímidas e inexactas. Sigo pensando que de todas las formas que el Espíritu Santo nos puso a la disposición para que dejáramos las enfermedades y los sufrimientos nada hay más grande y terapéutico que el Arte, con A mayúscula. Eso lo saben terapeutas, psiquiatras y psicoanalistas, los místicos y devotos, y por eso los artistas son embajadores y mensajeros del Empíreo.


El amor cura todas las dolencias, todos los males, toda demencia y psicopatía, toda neurosis y psicosis, y quien no se deja encantar y embrujar por su poesía elevada es digno de lástima. Si a Hitler y sus compinches los hubieran bombardeado desde el aire con chocolates, caramelos, fiambres, polvos enteogénicos y dulces criollos en vez de lanzarles bombas y artillería pesada, posiblemente nos hubiéramos evitado ver morir alrededor de 60 millones de humanos. Si en vez de matar ballenas jorobadas y focas los escandinavos, rusos y japoneses las protegieran y cuidaran, seguramente el clima mundial mejoraría, en Sudán no se pasaría tanta hambre, los talibanes serían como sufíes y los iraníes no serían misóginos y no estarían poseídos por el odio hacía los israelitas. Si los ingleses no hubieran dividido para reinar, hoy día hindúes y pakistaníes podrían vivir en paz, se ayudarían mutuamente y el odio sería vencido una vez más. De todo eso y mucho más trata el Efecto Verdegay. OM.

Caracas, 13 de diciembre del 2010