lunes, 5 de enero de 2015

Los viejos valores de la quinua en América del Sur, el amaranto en América Central y el jojoto azul en América del Norte revitalizarán, mejorarán nuestros genes y hebras de ADN


En Cumaná serán más pobres y atrasados, más simples y acalorados, menos urbanos y más tradicionalistas, menos tocados por el derroche y la corrupción de PDVSA que el chavismo-castrismo-madurista ha levantado con espuelas desde 1999, et cétera; pero, al igual que en Ciudad Bolívar y los Andes, aún se consiguen casas grandes y pequeñas, antiguas,  coloniales y solariegas, algo más modernizadas y acogedoras, con techos altos e inclinados, decorados sencilla o elaboradamente, con tejas, arcos, bóvedas, nichos y patios interiores que refrescan y distraen con ruidos de pájaros. Mientras que en Puerto la Cruz, Caracas y Maracaibo prima lo estandarizado, estereotipado, antipoético, aburrido, monocorde y monocromático, el mal gusto general y la reducción al mínimo de lo creativo, y se pasa por alto el calor, la humedad, las variables climáticas, las caídas de agua en los aguaceros, el jardín o las plantas decorativas, los rayos de sol como de luna. La arquitectura colonial tiene sus adelantos (también sus peros) que llegó a Venezuela desde España y a su vez a España desde Roma, Oriente Próximo, El Levante, el norte de África, Asia Central y ahora la invasión amarilla china.

Mientras más atrás en la Historia más se percibe que, a pesar de todo, antiguamente el arquitecto, el albañil, el fontanero, el obrero, el decorador, etc, era más consciente y perceptivo, más artista, más creyente en los cánones del maestro de obras, en comparación con el constructor de hoy, más estereotipado y mecanizado, menos detallista y original, más simplón, menos intuitivo e inciado en los principios y arcanos esotéricos como lo era el masón gótico, más pendenciero y demasiado pendiente de los churupos que nos saca.

La Segunda Guerra Mundial, con excepción de los grandes y célebres arquitectos creativos y rebeldes, contrarios a la uniformidad, la mediocridad o la inmediatez y el plagio, pero siempre a la vanguardia en las tendencias, amputó la imaginación que quería librarse de lo banal y repetitivo o artificial que dejaron la Revolución Industrial del siglo XIX, el comunismo y el socialismo mecánico, dogmático, iluso e idiota. Ese es el problema derivado de las Grandes Guerras Mundiales y de algunos países con ansias grandes y estrepitosas que en aras de la dominación a ultranza y el imperialismo en la que caen siempre las naciones predominantes y avasallantes hacen de todo para que se pierda la noción o el concepto de lo bueno, bello y verdadero que tienen los valores espirituales, los únicos capaces de sacar de cada uno y cada una lo creativo, imaginativo y religioso que anida en nuestro interior. Ello nos debe hacer reflexionar hondamente ya que a menos que nos espiritualicemos profundamente nuestra actual civilización no podrá trascender y pasar a mayores. A menos que regresemos a la tierra no habrá paz, bienestar o armonía general y a menos que nuestros arquitectos, ingenieros y urbanistas se rebelen en contra del concreto, el ángulo recto, la línea recta, esclavos de la geometría ideológica atea o irreligiosa, albergaremos una masa social aletargada de robots, autómatas y delincuentes enfurecidos y estúpidos de paso que no llegan a ser felices y diferentes porque no son educados para superarse internamente. ¡Salgamos de esto ya! ¡La cura es oxigenarnos lo más posible!

Yo soy como las proteínas de los viejos y nuevos mundos que se resaltan cuando hay buena disposición por parte de los humanos que se dan cuenta que para sobrevivir o existir con creces y altura saben que lo fundamental es nutrirse con lo mejor, más potente, fuerte y duradero. La proteína vegetal y la animal no cadavérica son la únicas sustancias que si son bien tratadas son capaces de elevarnos biológica, química, etérica, astral, espiritual y culturalmente hablando. Siempre he pensado que la base de todo, aquello que soporta, fija y estructura los minerales naturales debe absorberse y valorarse en principio. Por eso, lo que importa es aquéllo que la Madre Naturaleza produce en primera instancia, contiene, almacena, acumula durante meses, años o siglos, como las sequoias y el género pinus, aquéllo que transforma bioquímicamente porque al ser un producto o derivado de los elementos naturales fundamentales, en buen estado e íntegros, las personas que cohabiten con ellos o los utilicen inteligentemente estarán a tono con la estructura ecológica, biofísica y bioquímica elemental con la que el Ser Supremo nos formateó, insufló la vida, el aliento cósmico, el pensamiento de las cosas del ecosistema que ocupemos. La primera regla de vida, si no la cardinal por antonomasia por lo menos una del decálogo básico, es que los humanos, para subsistir o vivir mucho tiempo y en condiciones óptimas, deben acercarse a las Fuentes, las Raíces, las Potencias de la Naturaleza y, según mi apreciación, el Poder, el Trono principal reside en los árboles. De ahí es de donde yo extraigo mucha fuerza, mucha energía. Al ver un árbol que llama mi atención yo absorbo su aura, su forma, su impresión. Es matemático. 

Pero aquí en Gaia, debido a las pérdidas de conocimiento a lo largo de las generaciones, la falta de cultura y educación debido al descenso de la calidad de vida por las corrupciones y degeneraciones de buenas y milenarias tradiciones orales y escritas, que tienen siempre su origen en el conocimiento culto y oculto de las cosas, ocurre que la mayoría de la gente tiende e olvidar que nada puede sustituir aquello que la Naturaleza provee con alta calidad y durante un largo tiempo, día tras día, consecutiva y pacientemente. Es como la manera en que se vive. Antes los humanos, excepto cuando ha habido períodos de miseria, pobreza, atraso o retroceso, falta de sabiduría, conocimiento tradicional, información veraz, etc, sabían que las viviendas que ocupan deben tener techos altos o muy elevados, de por lo menos 3.50-4.00 metros de alto, cónicos o espiraloides muchas veces. Sin embargo, hace siglos que la construcción se ha ido uniformando a tal punto que la gran mayoría de los apartamentos o viviendas que habitamos las personas hoy día en las ciudades tienen (¡por desgracia!) techos bajos, demasiado bajos, y rasos o planos, y por eso hace tiempo que parecemos cada vez más cucarachas alojadas mal que bien en edificios tipo colmenas y ratoneras y esto ha ocasionado que a nuestra manera de vivir y pensar, etc, se le haya puesto obligatoriamente un nivel o techo tan bajo y raso que no nos hemos cuenta hasta qué punto esta forma de vivir nos limita y perjudica espiritual y filosóficamente que no nos pone a ver la vida en forma global, panorámica. Pero, bueno, hace ya mucho tiempo que nuestros estadistas, presidentes y gobernantes dejaron de ser filósofos y observadores acuciosos de la Naturaleza y nos movemos en medio de situaciones muy contradictorias que se entrecruzan y matan entre sí.

Vivir en edificios de tantos y tantos pisos de altura o en rascacielos con tantos y tantos cubículos superpuestos uno encima o al lado de otros, que se reproducen durante metros y metros en sentido horizontal y vertical, significando que vivan cientos de personas hacinadas, ricas como pobres o de clase media no puede traer nada sano, bueno y hermoso ultimadamente. Para comenzar, ningún ser humano debiera vivir como una cucaracha, rata o topo en apartamentos reducidos, mínimos, sin espacio para moverse, a menos que nos empecinemos en chocarnos unos con otros y veamos muy menguada y desarmonizada nuestra convivencia en común. A menos que querramos vivir acuartelados, ensimismados, cada uno en su esfera particular o privada, tipo Gregorio Kafka, hasta que logra escapar y salir a la calle para coger aire o cambiar de aire. Por consiguiente, no cuesta mucho imaginar la cantidad de asesinos, asesinas, desequilibrados y psicópatas que se generan en nuestras ciudades-dormitorios encerrados y asfixiantes por una causa u otra.

No entiendo a los arquitectos y urbanistas de hoy cada vez con menos sindéresis, sentido de la armonía, gusto por el espacio, el horizonte, el cielo. Por ejemplo, construir, levantar ciudades como son casi todas las de hoy, donde sus habitantes no ven el cielo y el horizonte porque la vista a un espacio abierto con tierra, árboles, animales, hortalizas, caminatas, piedras y esculturas y murales artísticos se ve obstaculizada por una serie de construcciones de cemento, ladrillos, piedra, etc, me parece una locura. Eso de hacer ciudades con miles de cajitas de fósforos donde no se puede ver el horizonte diurno o la bóveda celeste de noche es demencial (debería haber un espacio abierto, grande, entre un edificio y otro que no le quite la vista al de al lado, enfrente o detrás), es darle la espalda a los elementos que desde los orígenes del mundo nos crearon, conformaron y enriquecieron mental, espiritual, física y socialmente.

Por eso, a menos que erradiquemos o sustituyemos esta manera insana y perjudicial de ponernos a coexistir y convivir nada bueno saldrá y durará. Las ciudades y pueblos grandes deberían seguir un crecimiento fibonacciano como hacen tantas plantas y organismos vivientes de la Naturaleza, Es imposible que tengamos una sociedad feliz, creativa y saludable, si mantenemos este tren de vida que con variantes no ha cambiado desde que los humanos decidieron hacer ciudades, pueblos y aldeas grandes para juntarse y coexistir en grupos. El problema es que el hacinamiento, la sobrepoblación, pero sobre todo la filosofía de vida que hemos adoptado y queremos mantener forzozamente nos está desnaturalizando y degradando cada vez más y sin que nos demos cuenta que debemos cambiar el modo de pensar, sentir, actuar, so pena de que nos volvamos insoportablemnte maleducados y malcriados.

A menos que regresemos a la tierra, habrá más y más crisis, enfermedades nerviosas y psicosomáticas. Seguiremos viviendo en cajas de fósforos como sardinas en lata, sin mucha clase e imaginación, creyendo que nos hemos vuelto muy modernos y progresistas, pero cada vez más alienados, dicotómicos, absurdos, neuróticos o neurasténicos, insatisfechos y consumiendo como niguas, creyendo que de esta forma vamos a solucionar problemas que vamos creando y almacenando sin darnos cuenta y todo por nuestra filosofía de la vida tan poco razonable  y falta de gracia, con centros comerciales que han reemplazado los templos y teatros de antaño, que nuestros problemas crecen y crecen como enredaderas selváticas. ¿Por qué tenemos que vivir en selvas de cemento, cristal, plástico, granito, mármol, ladrillo y metal, con hollín, humo, ruidos, cornetas y legiones de automóviles, autobuses infernales, con direcciones que muchas veces no conducen a nada? ¿Por qué no nos quedamos en la jungla, viviendo entre mosquitos y anacondas?

Nada puede reemplazar esta regla básica y universal: cada familia debiera poder vivir en una casa y no en una casucha o un rancho en un rascacielo, en el piso décimo o treinta de un edificio feo y sin gracia que se parece a muchos más a su alrededor y donde una pila de cucarachas, roedores o gusanos viven mal con servicios públicos que fallan y son imposibles de mantener limpios, en buen estado, eficaz y eficientemente. Por eso mismo, el 90% de nuestras ciudades desaparecerán un día porque sencillamente no sirven más porque están implantando un estilo y una calidad de vida tan poco armónica, civilizada y agradable, que no recicla y reinventa periódicamente. Habrá que construir miles de ciudades-jardines, miles de urbes sabrosas y atractivas donde nuevas generaciones humanas puedan ser más dichosas, estar más a gusto con sus creaciones, trabajos, pasatiempos, obligaciones, y puedan dedicarse más a conocer a su Dios y su Diosa en sus ratos libres, sin quedarse en habitaciones y cuartos donde no se sientan aplastados, enrejados, arrinconados, limitados visualmente por techos, paredes, puertas, etc, que dificulten e impidan sus movimientos y deseos sexuales, corporales, cuanto sea que deseen. Habrá que edificar viviendas verdes, en contacto con el aire, el agua, los demás elementos naturales, como las creaciones arquitectónicas que diseñé décadas atrás, en París, México D.F., Caracas, cuando ya, a los 20 y pico de años, pensaba y me daba cuenta lo mal que vivíamos, cada vez más distanciados de la Naturaleza, el espacio, el cielo, los colores exóticos, las formas y los perfumes en general.

Construcciones verdes, ecológicas y hermosas por todas partes, simbióticas, gráciles, en sintonía unas con otras son las que necesitamos cada vez más, en contacto con el medio ambiente y no divorciadas de él. Si no, terminaremos como en las películas horrendas  de ciencia ficción, que se producen en los EE UU, donde reina la pesadilla, el terror, la delincuencia, la locura y la desidia, controladas por fuerzas del orden totalitarias que demuestran que de seguir el mal camino de nuestra sociedad deshumanizada e insulsa terminaremos destruyéndonos sin remedio y piedad. Yo no quiero vivir en un mundo así, me niego a terminar como una rata o cucaracha, piojo, larva, porque no hice nada para rebelarme y pararle el trote a los arquitectos, urbanistas, políticos y médicos que querían a como diera lugar convertirme en un número más, un monstruo kafkiano u orwelliano, igual a millones y millones más sin ganas de vivir, ser felices y emocionados ante un atardecer, una aurora, una noche atestada de estrellas y planetas. Dios nos salve de perecer cual cucaracha o mosca aplastada por miles de cucarachas y moscas enceguecidas y tambaleantes.

Pienso que la quinua y el amaranto de las sociedades precolombinas nos van a salvar del hueco negro supermasivo creciendo en nuestras urbes cada vez más oscuras, locas, terroríficas, cada vez más enfermizas y mortales. Nuestra buena tierra o mar los produce, amamanta, crea y recrea una y otra vez donde ninguna creación terrestre (océanica o lacustre) se parece a otra, ya que cree a rajatablas –porque así es el arquetipo o modelo cósmico que los causó- en la originalidad, lo biodiverso y fecundo, lo sabio: valores que los humanos parecen olvidar, denigrar, no darle la importancia que se merece porque se desnaturalizan. En suma, debemos cuidar, encariñarnos, dulcificar nuestras pulsaciones, latidos, fluidos, órganos, herramientas innatas. Bossa Nova, salsa, texmex, tango, golpe y bolero con todo y genio margariteño por supuesto si queremos mejorar nuestra calidad de vida.

Puerto la Cruz, 4-5 de enero de 2015