viernes, 3 de octubre de 2008

La hierogamia (mi psikodéliko y supersóniko credo religioso)


Rosa Cruz Gamada Alada 4 KA 1. Obra del Autor. Caracas. 2004.

Logosofía 2. El libro que estoy leyendo, Los Secretos del Código-La guía no autorizada a los misterios detrás de El Código Da Vinci, editado por Dan Burstein, sobre las claves del cristianismo primitivo, reveladas por textos secretos hallados en Egipto (Nag Hammadi), es muy interesante. Los mismos prueban la mezcla egipcia-nilótica-hindú-budista, aunada al maniqueísmo de los ardientes pueblos mesopotámicos y la impactante influencia extraterrestre niburiana, presente en los conocimientos místico-esotéricos de Jesús, Juan el Bautista, María Magdalena, etc. ¡La feroz, brutal, autoritaria y tiránica opresión que los romanos ejercieron sobre la pobre comunidad judeocristiana hizo imposible que los nuevos híbridos gnóstico-cristianos no desearan un radical y abrasivo fin de mundo! Y esta lucha por la supervivencia terminó coloreando, matizando y dictaminando el credo tan saturnino y vengativo que permeó y sigue permeando al cristianismo, sea católico, protestante, o in-between. Las primeras autoridades cristianas se vieron obligadas por sus mismas costumbres atrasadas y reflejos condicionados a apartar, bloquear, humillar, despreciar y prácticamente asesinar a la mujer y lo Eterno Femenino para sobrevivir y crecer como comunidad, religión y economía social. Ahí se jodieron para siempre. Los cristianos acabaron volviéndose tan intolerantes, dogmáticos, represivos, brutos, violentos y dementes como los mismos romanos que los persiguieron sin respiro (¡cómo me pongo emotivo cuando detallo esta lucha a muerte!). Ahora, 2 milenios después, ha llegado la hora de enterrar el hacha de guerra, el fascio, la hoz y el martillo, el dólar, el oprobioso estertor de quienes quieren a como dé lugar obligar a juro a los demás a ser como uno o una. Aunque parezca irónico todas las religiones monoteístas terminan siendo horrendas y sus cultos fanáticos no tienen nada que ver con amor, paz, armonía, gracia y sutileza. Pareciera que el culto a un dios único y/o a una diosa única es demasiado evolucionado o refinado para los habitantes de la Tierra. Sintetizarlo todo, unificarlo todo, fundirlo todo, armonizarlo todo, como si se tratara de una obra de arte de gran calidad, es demasiado para los terrícolas aún dominados por pavores, codicias, envidias, iras, deleites, ansias y desmanes ancestrales, que parecieran provenir de la más negra y patética Noche de los Tiempos de la Prehistoria más pétrea. Ya que lo híbrido sigue vivo es preferible dejar de lado el extremismo «rectal y fecal» y recorrer con cordura el camino «frutal y floral» del medio: nada de absolutismos y dogmas incomprensibles que no conducen sino a la más rancia intolerancia, al racismo, a la desgracia, al egoísmo, al desamor profundo y deshonesto que nos ha caracterizado cuando nos excedemos con nuestras pasiones. Pienso que las religiones, al igual que los partidos políticos, deben desaparecer de una vez por todas, para que la Humanidad pase a un plano superior en todos los sentidos del término. Jesús era demasiado fatalista, extremista, yoísta y serio, si no soberbio y echón, pero hay que entenderlo en su justa y ecuánime medida y no juzgarlo demasiado fuertemente por sus yerros, aunque es sumamente grave y penoso que no se haya desmarcado de la hechicería negroide, egipcia, grecolatina, conocida como palerismo, vudú (¿acaso no fue clavado a un palo de madera y colgado durante horas?), que continúa desequilibrando tantas mentes y espíritus por su comercio con la muerte, la locura, el espanto. Lo que ultimadamente hundió a Jesús fue que no dominó suficientemente la ira, el cólera, el desmedido y recalcitrante afán y ansia de vanagloria, la hechicería del submundo de sus ancestros (¡Juan el Bautista, su gurú, jamás lo hubiera aprobado!), y nunca, pero nunca, ha debido cruzar el límite que separaba el canto órfico, del cual oyó hablar en Alejandría, del tan violento, orgiástico y canibalístico sadomasoquismo implantado durante millones de años por los cultores de sacrificios ritualísticos con sangre, sudor y lágrimas, que no merecen la pena por nada del mundo, ni siquiera para complacer de reojo al Gran Apóstata, el vil Diablo, y sus pesados narcóticos causantes de tantos desconciertos y cacofonías. Jesús nunca debió hablar de espadas y martirios sino de guirnaldas y cariños y a la larga sus seguidores cayeron en la misma trampa de siempre: la verdad y la sabiduría no se pueden invertir o tergiversar, según la estación y el tiempo, so pena de perder el control y la dirección de la aguja de la brújula. El gusto por el dolor es parte de la aberración que nos circunda desde añales y un Gran Maestro debe ahorrarle a su grey ese gusto tan sucio y perverso que enloquece, distorsiona y finalmente destruye sin compasión hasta las mentes más brillantes. La guerra y el instinto asesino o criminal, latente en cada ser humano, por haber sido bestia y hasta bacteria in illo tempore, es lo que la religión debe liquidar para siempre, si quiere acercarnos a Dios-Uno. El fósil espiritual, que nos ata a la etapa irracional de la bestia en nosotros y nosotras, es tan dominante hoy como lo fue 250 ó 600 millones de años atrás. El cristianismo va a desaparecer, al igual que el Islam y el Judaísmo, y cualquier otra religión o modo colectivo de vida inflexible, rígido, severo, paranoico, dogmático, fanático, loco, endurecido por el fratricidio, porque los pueblos deben pactar en paz, interrelacionarse completamente y refundarse del cóccix a la punta de la nariz. ¡Que nuevos cosmovidentes y nuevas maneras de ser y saber nos unan y alegren más y nos distancien de mazmorras y patíbulos! ¡Viva la vida, su euforia y su danza, su infinitud y franca libertad, para que seamos dioses y diosas de maravilla! Por consiguiente, mi querido primito Jesús, tú que me hiciste tener tantas alucinaciones cuando era tan joven, vamos a sustituir tu doctrina y lo que se originó de ella con un credo religioso e integral acorde con los nuevos tiempos y las nuevas órbitas de globos como la Tierra. El panteísmo debe retornar al seno del Pleroma pues debemos pisar tierra de nuevo con más aplomo que antes para que el cielo de nuestros antepasados comunes nos cubra por entero, nos alumbre y encienda. Ha llegado la hora de que se fundan los mil y un tonos del arcoiris y nuevas ropas de luz adornen a los terrícolas y las terrícolas. Viene una gran recompensa para aquellos y aquellas con ganas de ser las semillas del Gran Amanecer que inaugurará un áureo ciclo terrestre, que dejará atrás no sólo la actual Era de Piscis sino los millones de años de los trogloditas y los horrendos saurios gigantes que dominaron la faz del orbe y nos legaron su feroz depredación. ¡Viene una paz bendita para la tierra que nos vio nacer, crecer, madurar y morir! ¡Cerremos ya el ciclo negro y nefasto, por el amor de Dios!

No hay comentarios: